El éxito en la Eurocopa de 2008, la llegada de Guardiola al Barça el mismo año y el regreso de Florentino al Madrid en 2009 fueron clave para la hegemonía deportiva, con un modelo de juego, y el liderazgo económico con los dos mejores jugadores

La temporada del Covid-19 es también la temporada del declive en la hegemonía del fútbol español, una tendencia que ha dado algunos síntomas en los últimos años, pero que se ha acabado de confirmar en Lisboa, y de la que el derrumbe del Barcelona es la metáfora y la hipérbole. Por primera vez desde hace 13 años, ningún equipo español estará en las semifinales de la Champions, el torneo que define la aristocracia del fútbol mundial. Esquilmados los campeonatos de Latinoamérica, más mediocres que nunca, y alejados de la competitividad punta los que emergen en Asia, es en Europa donde se concentra la élite, lo que confiere a la Champions un carácter absolutamente global. El dato, por si solo, podría ser circunstancial, pero acompañado de otros factores responde al fin de una era marcada por un juego dominante, inversiones de récord, éxitos de la selección y la reunión en la Liga de dos jugadores de época, ganadores de todos los premios individuales: Messi y Cristiano. En todo ganaba el fútbol español y en nada de todo aquello lo hace ahora.

El siglo que nacía auguraba una gran eclosión para nuestro fútbol, con la primera final española de la Champions, entre Real Madrid y Valencia, en el año 2.000, después de que el segundo hubiera apeado al Barcelona en semifinales. El equipo blanco volvió a ganar dos años después, ya con Florentino Pérez en la presidencia y todavía con Vicente del Bosque. La era galáctica dejó una Champions, la Octava, los récords en las contrataciones del nuevo Rey Midas del fútbol, el crecimiento económico del Madrid y mucho confetí, pero el propio modelo era presa del divismo que acabó por devorarlo y Florentino se fue, harto de lo que había creado. El Barcelona, necesitado de una réplica, imitó una parte de su modelo tras la llegada de Joan Laporta y Sandro Rosell, con el fichaje de Ronaldinho, un jugador estratégico. Ganó la Champions, en 2006, pero la historia acabó de forma parecida.

Madrid y Barça lograron, pues, éxitos en el arranque del nuevo siglo, pero para marcar una época como la vivida eran necesarias más cosas, y todas coincidieron, a continuación, en un estrecho margen de tiempo, entre 2007 y 2009. Fueron la marcha de Fernando Torres al Liverpool, el triunfo de la selección de Luis Aragonés en la Eurocopa, la llegada de Pep Guardiola al Barça, el regreso de Florentino al Madrid y el fichaje de Cristiano. Cada uno puso sus ingredientes para componer un cóctel perfecto: la competitividad de los futbolistas españoles, un modelo de juego, los títulos de clubes y selección, el liderazgo económico del mercado y los dos mejores jugadores del mundo. De todo aquello, apenas queda un otoñal Messi, con la mirada de un náufrago que ha perdido de vista el horizonte.

El Barça todavía consiguió, en 2008, volver a las semifinales de la Champions, pero ya era un equipo decadente, pasada la mejor etapa de Rijkaard, y cayó ante el Manchester United, finalmente campeón. Messi crecía esombrecido por Ronaldinho y Cristiano levantaba su primer Balón de Oro. Xavi, Pujol e Iniesta iniciaron la concentración de la Eurocopa con el pensamiento de dejar el club azulgrana, deprimidos. Luis Aragonés, en cambio, los convirtió en líderes del juego de su peculiar revolución. A Casillas, opacado por Raúl en el Madrid, le sucedía algo parecido. El triunfo en Viena les hizo interiorizar una jerarquía que jamás habían sentido. Eran otros jugadores, lo mismo que el goleador Torres o Xabi Alonso, curtidos lejos del calor de los suyos, en Anfield. El futbolista español ya no sólo era competitivo, sino también valioso en el mercado. Del Bosque, relevo de Luis, tuvo la habilidad de saber gestionar el éxito y mejorar la obra camino del climax de esta era, el Mundial de Sudáfrica, del que se han cumplido 10 años.

De vuelta al Barça, donde la directiva no les felicitó por su éxito con España, Xavi, Pujol e Iniesta se encontraron a un viejo alter ego, Guardiola. Joan Laporta tomó una decisión de riesgo, puesto que el técnico sólo tenía experiencia en el filial, pero nadie conocía el juego, el club y el entorno como el hijo deportivo de Cruyff. Sacrificó a Ronaldinho y Deco e impuso un juego innegociable, basado en la conservación infinita del balón, la presión y el ataque. La ‘folie’. Además de a los campeones de la Eurocopa, encontró también a un reciente oro olímpico en Pekín 2008: Messi. Todos regresaban de un verano triunfal y fueron las piezas de su horma. Guardiola pisó el Bernabéu con un 2-6 y ganó la Champions en su primer año para repetir dos después, en 2011. Además de eso, influyó, y fueron muchos los equipos que intentaban lo mismo que el Barça pero sin su calidad, camino del cadalso. Sin embargo, gracias a su criterio y al de Luis, mejoró la valoración del futbolista técnico y menudo físicamente, como Silva, Villa o Mata, no sólo los azulgrana.

El regreso de Florentino, un año después del nombramiento de Guardiola, llegó con el propósito de una refundación que empezó con el fichaje de Cristiano, cuyo camino había iniciado ya Ramón Calderón. La cifra, de 90 millones, suponía un récord mundial, después de los etablecidos por Florentino con en su primera etapa. El portugués encontró una competitividad extrema en plena eclosión azulgrana, pero de su apetito nació una rivalidad para la historia frente a Messi. En una década se repartieron todos los premios individuales. A partir de 2014, con la Décima de Lisboa y un Barça ya sin Guardiola, llegarían tres Champions más, hasta 2018. Dos las disputó contra el Atlético, donde Diego Simeone, a partir de 2011, emuló a Guardiola con sus propias señas de identidad para elevar al Atlético, con un modelo de juego a contracorriente, hasta la élite mundial. Ahí sigue, pese a su caída en Lisboa, menos irregular que el resto en la era del argentino. Lo mismo puede decirse de la clase media que encabeza el Sevilla y su dominio años atrás en la Europa League.

Los azulgrana, sin embargo, levantarían una Champions más, en 2015, con Luis Enrique en el banquillo y Neymar en sus filas. La OPA del PSG que arrebató al brasileño anunciaba ya uno de los síntomas del cambio de era, la imposibilidad de competir con los ‘clubes-estado’, inyectados por el capital árabe, procedente de las grandes reservas energéticas del planeta. Uno de ellos tiene hoy a Neymar y Mbappé; el otro, a Guardiola en el banquillo. Esta Champions era su ocasión, aunque únicamente queda el primer aspirante, fracasado en intentos anteriores. El fútbol tiene sus propias reglas.

Los futbolistas españoles continúan emigrando, y la prueba es que están presentes en los actuales semifinalistas, con Olmo en el Leipzig, Ander Herrera y Sarabia en el PSG o Thiago en el Bayern, entre otros, pero no con el liderazgo que lo hicieron en el Liverpool o Cesc Fabregas en el Arsenal. El modelo de juego basado en la posesión se ha viciado hasta perder eficacia y, sobre todo, fe. Lo ha mostrado la corta era de Quique Setién, un nostálgico, como el último partido de la selección en el Mundial de Rusia 2018. La debacle que empezó en Brasil, después de dos Eurocopas y Mundial, no ha acabado todavía, convertida la gestión del equipo nacional en un dislate desde entonces.

Kiev, en 2018, fue la última pica del Madrid en la Champions. Es reciente, cierto, pero a continuación se produjo la marcha de Cristiano, sin el cual no ha podido pasar de octavos en los dos años sucesivos. Replicar a Cristiano es, hoy, imposible para el Madrid, que focaliza sus energías en un nuevo Bernabéu y sueña con el cansancio de Mbappé. El Barça lo sufrió al perder a Neymar, pero a ello añadió su propia incompetencia, como demuestra la forma de dilapidar todo lo que ingresó por el brasileño. Mirar a 2008, a las propias señas de identidad, es un buen consejo para empezar de nuevo, aunque será difícil generar una generación como la de entonces. No todo es dinero. El Bayern es un ejemplo, al reinventarse sobre sus principios de siempre.

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